Hay demasiada gente que cree que China no es del todo una asquerosa dictadura comunista, solo porque saben fabricar ordenadores portátiles eficaces. De acuerdo, es más de lo que sé hacer yo, pero a cambio tengo algo que ellos no tienen: la libertad de decir y pensar lo que me dé la gana. Y no se lo cambio por ninguno de sus tristes Huawei, que son a la informática lo que Paulo Coelho a la filosofía.
Estamos acostumbrados a que el comunismo arruine incluso las industrias más carismáticas de cualquier país. Lo escribió P. J. O’Rourke: “en China no hay forma de conseguir buena comida para llevar a casa y en Cuba los habanos están racionados. Eso es todo lo que necesitas saber sobre el comunismo”. Y conviene recordar que es solo mediante la sangre, la extorsión y las trampas que China logra ocupar un puesto relevante en el sector tecnológico mundial. Bajo el comunismo y jugando limpio, lo más tecnológicamente avanzado que lograrían producir sería un maldito grano de arroz.
Es posible que hoy los chinos sean capaces de fabricar buenos aparatos — sobre todo instrumentos de guerra y tortura — a menudo a través de patentes robadas a otros países, pero su gente sigue muriéndose de hambre, los cristianos están más perseguidos que nunca, y quien se sale del guion termina en la cárcel, como la periodista Zhang Zhan, de 39 años y detenida en Wuhan porque su cobertura de la pandemia no ha gustado al régimen: le esperan cinco años de cárcel. Porque en China todo lo que no está prohibido es obligatorio.
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El pasado verano, en el condado chino de Xinye, una familia cristiana celebraba un funeral por el eterno descanso de un anciano fallecido el día anterior. Más de una decena de policías bloquearon la procesión fúnebre interponiéndose en el camino del cadáver con sus motocicletas, confiscando varias Biblias y deteniendo a buena parte de los afligidos asistentes. Al drama de perder a un ser querido tuvieron que sumar el de dormir entre rejas. Confío en que al muerto lo dejaran seguir su camino a la eternidad. Dieron un mensaje repugnante a los familiares: el Gobierno chino ha decidido prohibir todos los matrimonios y los funerales cristianos.
Desde el verano, los fieles se están resignando a esta nueva normativa por una razón de peso: el régimen envía excavadoras y destruye las iglesias que la incumplen. Este es el tipo de gobierno con el que Joe Biden dice que debemos llevarnos bien. Personalmente preferiría llevarme bien con las alimañas y con las babosas, antes que ser amigo de los verdugos de Xi Jinping.
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Estados Unidos debe reunir al Occidente libre, al menos a los países que aún no hayan sido idiotizados, y asfixiar al régimen de Xi Jinping de una vez por todas. La única China respetable es Taiwán. Y si siempre ha habido buenas razones para invitar a los taiwaneses a nuestras fiestas y beber con ellos hasta el amanecer, ahora hay más que nunca: al menos desde que sabemos que fueron los primeros en avisar de la peligrosa pandemia que se cernía sobre el mundo. Lo hicieron el 31 de diciembre de 2019. Pero nadie les escuchó. Supongo que todos los idiotas de la OMS sonrieron tímidamente y dijeron “Bah, ¿qué otra cosa podría decir Taiwán?”, y siguieron emborrachándose.
Hace algunas semanas el embajador de Taiwán en España explicó las cinco claves que han permitido al país superar el coronavirus sin confinamientos, sin cerrar bares y restaurantes y sin arruinar su economía: “experiencia, rapidez de respuesta, aplicación de la tecnología moderna, transparencia y colaboración ciudadana”. Quizá por eso la OMS insiste en excluir a Taiwán del grupo de expertos de los países que luchan contra la pandemia. Solo este pequeño detalle ya es bastante para comprender por qué abandonar la OMS fue la decisión más importante e inteligente que ha tomado Donald Trump como presidente de los Estados Unidos.
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La OMS no es la Organización Mundial de la Salud sino una sucursal de Pekín, un régimen totalitario y sangriento cuya especialidad no es salvar vidas sino acabar con ellas. Si la OMS fuera un hospital, dirían que los muertos no son exactamente muertos sino simplemente gente que ha dejado de vivir.
China ha mentido a todas horas. No ha dicho una sola verdad sobre la pandemia del coronavirus. Y lo que es peor, no han permitido a otros países investigar el origen de la enfermedad. De modo que cuando logremos liberarnos de este apestoso virus comunista, podría surgir otro, y otro, y otro más. Y siempre sería el mismo patrón: el mundo entero agoniza mientras China presume de su extraordinaria capacidad de resistencia económica a la crisis sanitaria. Recordatorio para tontos útiles: si la economía china crece no es a pesar de la pandemia, sino gracias a ella.
El mundo que viene tendrá que elegir entre la sumisión o el enfrentamiento con China. No esperes que un tipo como Biden vaya a tomar el camino heroico. Si esa entrecruzada realmente se le plantea a Occidente después de esta Navidad, reza para que Trump logre estar al mando de la situación. Biden y Harris se achinarán los ojos, recitarán a Mao, y se arrastrarán por el fango, antes que hacerle frente al gigante rojo para defender a la libertad de los Estados Unidos de América.
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